Las razones históricas de la diáspora palestina: siete millones de exiliados desde 1948
Tras el estallido del conflicto árabe-israelí primero, y la Guerra de los Seis Días después, más de un millón y medio de personas se vieron obligadas a abandonar sus hogares
Trump dice que EE.UU. tomará el control de Gaza y ordena a los palestinos evacuar

Donald Trump ha engrasado la rueda de los titulares, y no parece que vaya a hacer por detenerla. El presidente de los Estados Unidos, el mismo que amenaza con cambiar el nombre del Golfo de México por el de Golfo de América, ha anunciado este martes que Estados Unidos asumirá el control de la Franja de Gaza y ha ordenado al pueblo palestino que la evacue de forma inmediata. La noticia ha saltado a los medios durante un encuentro del norteamericano con Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel, y ha venido acompañada de una llamativa solución para los exiliados: su reasentamiento en «ciudades hermosas» donde puedan vivir lejos del conflicto.
De cumplirse el vaticinio, el pueblo palestino se enfrentaría a la enésima diáspora desde el estallido del conflicto árabe-israelí. Tras el fallido intento de invasión del estado judío primero, y la Guerra de los Seis Días después, más de un millón y medio de civiles se vieron obligados a abandonar sus hogares y reasentarse en diferentes campos de refugiados de Oriente Próximo.
Las cifras son más abultadas en la actualidad. Según un informe del Centro Árabe de Washington DC, a finales de 2021 había censados 14 millones de palestinos. De ellos, tan solo 5,3 millones vivían en el Estado de Palestina –3,2 en Cisjordania y 2,1 en la Franja de Gaza– y 1,7 en los territorios de 1948. El resto, más de 7 millones, residían por entonces en países extranjeros.
Camino a la diáspora
El origen de la diáspora hay que buscarlo hace casi un siglo. La Primera Guerra Mundial no había terminado a finales de 1917, pero las diferentes naciones jugaban ya a repartirse el mundo sabedoras de que había un vencedor claro. El 2 de noviembre, el secretario de Relaciones Exteriores británico, Arthur James Balfour, envió una misiva privada al líder de la comunidad judía en Gran Bretaña, el barón Lionel Walter Rothschild. Su contenido no podía ser más halagüeño para el semita: «Apreciado señor. El Gobierno de Su Majestad ve con buenos ojos el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y hará todo lo posible para facilitar la consecución de este objetivo».
Apenas dos frases bastaron para que los británicos reconocieran los derechos del pueblo judío sobre la 'Tierra de Israel'. Aunque todavía tuvieron que pasar algunos años para que el proyecto empezara a materializarse. En abril de 1920, parte de los vencedores –Gran Bretaña, Francia, Japón e Italia– se reunieron en San Remo para dividirse los territorios arrebatados a las Potencias Centrales. En aquel catálogo se hallaban Siria, Líbano, Irak y Palestina; esta última, liberada por Inglaterra. Llegaron a mil conclusiones, y entre ellas se hallaba la máxima de Balfour: la promesa de entregar al pueblo judío un territorio en la región. No en vano, los representantes ingleses llamaron a aquel tratado «La Carta Magna de los sionistas».
Ya entonces comenzó un tenso toma y daca entre unos y otros. Para los judíos, la máxima a la que se llegó en San Remo suponía la culminación de un proceso natural que había arrancado en 1880 con la inmigración –a pequeña escala, eso sí– de familias judías a la zona. Por su parte, el mundo árabe se opuso de plano a la creación de un Estado de esta índole en Palestina; una región que, hasta hacía un suspiro, había pertenecido al Imperio Otomano. En las semanas siguientes, los líderes musulmanes argumentaron además que la inmersión por las bravas de un nuevo grupo social socavaría su estatus de liderazgo. El conflicto no contrajo la emigración de familias hebreas hacia Palestina. Más bien hizo que se multiplicara y que alcanzara su pico en 1933.
Las restricciones migratorias se mantuvieron durante toda la Segunda Guerra Mundial e, incluso, después de que se conociera el Holocausto. Durante los años posteriores al conflicto, Gran Bretaña devolvió a los inmigrantes judíos a Europa o los envió a campos de prisioneros a la espera de que la situación se solventara. Al final, la ONU se hizo cargo del problema en abril de 1947, con el país sumido ya en una guerra civil 'de facto' entre ambas facciones. La comunidad internacional recomendó «la partición de Palestina en un estado árabe y un estado judío, y la internacionalización territorial de la zona de Jerusalén como enclave en el Estado árabe».
Aquel plan fue fijado sobre blanco mediante la resolución 181 (II) del 29 de noviembre de 1947. Su título lo decía todo: 'Futuro gobierno de Palestina'. Pero la idea no llegó a materializarse. «Los representantes de la Agencia Judía aceptaron el plan de partición, pero los Estados árabes y el portavoz del Alto Comité Árabe lo rechazaron, declarando que no se sentían obligados por la resolución», explica el mencionado informe. Y de ahí, al caos. Poco antes de que terminara el control británico sobre la región, el 14 de mayo de 1948, el estadista y líder David Ben-Gurión proclamó la independencia de Israel y se convirtió en su primer ministro.
Nakba y Naksa
Los acontecimientos se precipitaron a toda velocidad. En menos de un día –apenas 24 horas– los vecinos árabes de Israel atacaron. Egipto, Siria, la actual Jordania y Líbano, junto a milicias árabe-palestinas como Jaysh al-Jihad al-Muqaddas o Jaysh al-Inqadh al-Arabi, se lanzaron contra el estado semita con toda su potencia militar. Si para entonces ya se habían producido movimientos demográficos de masas y masas de civiles, estos se recrudecieron a partir del 14 de mayo. El cenit llegó con la victoria del ejército israelí. Según recogen en su página web las Naciones Unidas, aquel proceso, conocido como 'Al-Nakba' ('El desastre'), «provocó el desplazamiento de la mitad de la población palestina» asentada en la región.
En la práctica, y según datos del Centro Español de Ayuda al Refugiado, un mínimo de 700.000 personas fueron obligadas a abandonar sus hogares, aunque otras tantas fuentes elevan esta cifra hasta un millón. Todo ello, a pesar de que la población total de palestinos en la región era de 1.400.000. Las consecuencias de la 'Nakba', un concepto creado en 1998 por Yasser Arafat, originó una colosal masa de exiliados que se disgregó por todo Oriente Próximo. Una buena parte de ellos terminó asentándose en campos de refugiados que, todavía hoy, siguen operativos. Por su parte, la comunidad internacional reaccionó y creó en 1949 el famoso 'Organismo de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en el Cercano Oriente' con la finalidad de proporcionar ayuda temporal y trabajo a los desplazados.
Poco antes, ese mismo diciembre de 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas había solicitado el retorno de los refugiados a sus tierras de origen, la restitución de sus propiedades y una indemnización por los daños físicos y psicológicos padecidos. Por el momento, toda esta lista ha sido negada. Muchas de estas familias todavía guardan las llaves de aquellos hogares que se vieron forzados a dejar; según dicen, con la esperanza de poder volverlas a utilizar, aunque la realidad es que, más que objetos, se han convertido en un símbolo de la resistencia de su pueblo. Ellos echan la culpa a Israel, y el estado judío, por su parte, sostiene que aquella oleada migratoria fue una consecuencia directa de la invasión de sus vecinos árabes.
El siguiente gran movimiento de refugiados se sucedió tras la llamada Guerra de los Seis Días. El 5 de junio de 1967, Israel lanzó una suerte de «guerra preventiva» –así la denomina a día de hoy en su página web– después de que el presidente egipcio Gamal Abdel Naser desplegara a sus fuerzas en la península del Sinaí, cerrara el estrecho de Tirán y forzara la retirada de los cascos azules ubicados en la zona. Sufrió 776 bajas en menos de una semana; seis jornadas en las que, como recordaba el periodista especializado en Oriente Medio Mikel Ayestarán, «conquistaron Gaza, Cisjordania, la meseta siria del Golán y el Sinaí egipcio». Para unos fue legítima defensa; para otros, asalto sin razón alguna.
La rápida victoria israelí, calificada por los expertos en estrategia como brillante desde el punto de vista militar, trajo consigo unas tristes consecuencias: el exilio de casi medio millón de refugiados de la Franja de Gaza y Cisjordania. Un total de 450.000, según sostienen las Naciones Unidas en uno de sus muchos dossieres sobre el tema. Esta segunda oleada de exiliados fue conocida por los palestinos como 'Al-Naksa' ('El retroceso') y, en la práctica, ha derivado en la ocupación militar de la región. Desde entonces, y tal y como señala en 'Palestina' la profesora Itxaso Domínguez de Olazábal –consultora internacional y profesora en la Universidad Carlos III–, se han producido una serie de sucesivos «desplazamientos forzados tanto desde Palestina, como desde los países de acogida».
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